Cada vez son más los profesionales que forman parte de un equipo multicultural, superando barreras lingüísticas y costumbristas de lo más variopintas
Es lunes. Un lunes quizá algo plomizo, y es que el invierno por estas latitudes acaba por resultar gris y monótono para alguien que lleva varias décadas asistiendo al mismo episodio estacional. Seamos sinceros, nadie se sorprende ante el décimo día seguido de lluvia y frio de ese que te cala los huesos, por muy bello que resulte este pequeño espectáculo. En eso andamos todos de acuerdo. Pero claro, luego resulta que llega cierto día; sí, ese día en el que alguien más avispada –o al menos más rápida que tú para enterarse de las cosas- saca el tema: un nuevo compañero de trabajo que comienza mañana su andadura y que ni siquiera habla tu idioma. Que Dios nos pille confesadas, te dices a ti misma. Dramatismo aparte, ahí que se planta un tipo un tanto peculiar. Un halo exótico aliñado con un estilismo propio de un catálogo de Abercrombie & Fitch y, sobre todo, una mirada que explora tu monótono entorno como si de un espectáculo único se tratase. Ay, amiga, ha llegado el día en el que tu equipo cambia de morfología y evoluciona cual crisálida –esperemos que Darwin nos perdone la referencia- hacia un modelo de trabajo donde tu manera de entenderte jamás volverá a ser igual; ahora formas parte de un equipo multicultural. Vete desempolvando tu inglés, que le toca salir a correr por la banda.
Así es, en pleno año 2022 compartir trabajo –que no siempre lugar de trabajo- con un compañero nacido a 7.000 kilómetros de distancia, ahí es nada, empieza a ser más habitual que extraño. Que levante la mano quien no conoce a alguien que habla maravillas de sus compañeros mexicanos y de su característico positivismo, así como de su capacidad para aliñar con picante hasta el desayuno. Qué familiar tuyo no te ha hablado de lo enriquecedor que le ha resultado su experiencia con aquellos compañeros que aterrizaron desde China para una reunión y a los que hubo que explicarles por qué demonios les llevaron a comer a un lugar donde un caballero vestido de punta en blanco cortaba carne seca de una pata de cerdo colgante -qué demoníaco suena esto del jamón cuando falta contexto-… Pues eso, diferencias que suman.
Anécdotas aparte, el siglo XX supuso una época dorada para la globalización que el sucesor siglo XXI ha sabido explotar gracias a la irrupción de la tecnología en todo su esplendor. Algo que se ha dejado notar, y mucho, en la manera que tenemos de trabajar y en los modelos de reclutamiento y expansión de las compañías. Cada vez son más los profesionales que, enriquecimiento personal mediante, trabajan con personas que poco o nada tienen en común con ellos. Ya sea en un hilo de correo electrónico –de esos que cuesta seguir aunque cuentes con un máster en criminología- , en una videollamada que conecta Kuala Lumpur con Utah y Ólvega, o en una fábrica donde el hamaiketako –almuerzo típico vasco- exhibe una variedad que hace languidecer al canónico bocadillo de fiambre; cada vez más profesionales realizan sus funciones en un equipo multicultural.
Ahora bien, ¿cuáles son las verdaderas ventajas de este modelo de trabajo?, si es que las tiene claro. Pues bien fácil. Imagina un entorno que te hace salir de tu cómoda rutina e incorpora una nueva mirada – todavía impactada con la frugal barra de pintxos del local de la esquina- con las que abordar tus retos diarios como empleada de una organización. Y es que, temas culinarios aparte, los equipos compuestos por personas de diferentes nacionalidades suponen un espaldarazo para el desarrollo de soluciones diferentes a problemas cotidianos. Que eso sea un éxito por si solo sería una falacia de proporciones bíblicas –tampoco exageremos-, pero resulta una práctica contributiva en numerosos ámbitos; empezando por la cohesión del equipo.
Toda organización moderna que se precie conoce las virtudes de trabajar en equipo –más bien la pura necesidad de hacerlo- dejando atrás los objetivos individuales para centrarnos en lo que podríamos llamar objetivos organizacionales. Pero claro, no siempre este tipo de prácticas y equipos multiculturales pueden resultar en éxitos por sí solos. Las piezas de este complejo puzzle sociológico deben encajar lo mejor posible para ser capaces de explotar todo su potencial; he ahí el verdadero reto.
Pues bien, ahora es momento de hablar de las pegas. ¿Acaso te creías que no había pegas? La primera barrera de un equipo multicultural es la comunicación. Qué decir de esos graciosos acentos o esa no tan graciosa poca habilidad para hacernos entender, sin que parezca que se nos ha dormido la lengua, en otro idioma. Pensemos en nuestra manera de entender la autoridad y la jerarquía y cómo otras culturas llevan esa idea hasta extremos que desconocíamos. O, sin ir más lejos, las barreras horarias para compartir decisiones con alguien que se sitúa, en modelo telemático, a más de 10 horas en avión de tu oficina. Baches que, sin una correcta gestión, pueden conducir hacia el fracaso. ¿Pero qué sería del ser humano sin retos? Pues bien, es aquí dónde salen a la luz las verdaderas aportaciones de un equipo tan diferente. La manera de resolver estos problemas da como resultado una palabra mágica en los entornos laborales: la innovación. Innovación como resultado de la habilidad integradora de la compañía.
Y es que, en ocasiones, el equipo multicultural acaba por ser un catalizador que desemboca en una metodología innovadora, ¿acaso no es innovador mezclar vocablos en diferentes lenguas para hacernos entender? Los pequeños detalles propios de una cultura diferente activan en nuestro cerebro una serie de estímulos que nos sacan de lo cotidiano y exploran soluciones que hasta hace bien poco no nos habíamos planteado. Seguramente ahora tu manera de trabajar y de entender tu entorno ha cambiado ligeramente. Ahí tienes el resultado. Ahora sí que formas parte de un equipo multicultural.
Y tú, ¿qué opinas de todo eso?